El ser humano se diferencia de los otros animales por su
capacidad de pensar y razonar, pero lo que nos hace realmente especiales es la
capacidad de imaginar y nuestra relación con el pasado. Artistas, y muy
especialmente quienes vemos la improvisación como el acontecimiento en sí,
creamos a partir de estas dos características propiamente humanas: la memoria y
la imaginación.
El pensador checo Rainer Maria Rilke dice que “crear tal vez no sea otra
cosa que recordar profundamente”. Para improvisar una escena no necesitamos
tener buenas ideas ni ser geniales en la construcción narrativa, basta con
recordar para inspirarse e inspirar a las otras personas, confiar en la
información que está guardada en la mente y en el resto del cuerpo, y no tiene
que ser un recuerdo importante, un residuo coloquial, una banalidad suele ser
suficiente para crear. Quien improvisa imagina y miente encima de lo que
recuerda y mentir en un escenario o al frente de una cámara no es
mentir, es imaginar y crear realidades no convencionales que parten de lo
coloquial. Porque en el teatro las cosas no pasan como en la vida real pero la
vida real está llena de material teatral que podemos cazar.
Muchas veces cuando
imaginamos una escena sentimos que estamos entrando en un universo tan
increíble que queremos a toda costa que los demás entren en él. En la improvisación
es mejor poner nuestra atención en querer entrar en la imaginación de los demás,
porque imaginar no implica ser original. Yo siempre pido a mis estudiantes que
abandonen sus ideas, pues es mejor pensar en un funeral de los deseos que una
fiesta, un lugar donde las ideas reposen como si estuvieran muertas, pero no se
preocupen, ellas son como zombis y siempre vuelven, y nada mejor que una idea
que vuelve sola en el momento justo, diferente a una idea impuesta, pensada y
pretenciosa, como son todas cuando nacen por primera vez. Cuando un deseo es
tan potente que nos tapa los ojos ante el deseo ajeno, debemos respirar y trabajar
el desapego, regresarlo a su estado de calma y entrar de nuevo en el flujo del
acontecimiento pensando siempre en qué quieren los demás. No podemos olvidar
que ese flujo está siempre en contacto con las otras personas que improvisan con
nosotros e inclusive con quien está espectando, de tal manera que en escena lo
que recordamos nace de nosotros, pero se vuelve universal cuando lo utilizamos
como material creativo y lo que imaginamos no puede ser nunca hacia dentro sino
hacia afuera, como una imaginación colectiva para todas y todos los que estamos
improvisando juntos.
Existe un tercer elemento que en este caso nos aproxima
de los otros animales, el instinto. Pareciera
que el presente es un lugar que el animal común habita con mayor cuidado y
atención, nosotros en cambio le damos mucha trascendencia a lo que fue y a lo
que será. Qué tal si cultivamos mejor nuestro instinto humano como mecanismo de
sobrevivencia artística y social. Confiar en la intuición para el improvisador
es como confiar en el olfato para el animal cazador. Cuando estoy improvisando
en una escena ese instinto animal es inseparable de mi estado humano, del
compendio de emociones que me sostienen en ese momento, es como estar al acecho
todo el tiempo, por eso la importancia de la acción por encima de la palabra.
La acción me ayuda a calmar la ansiedad, me da tiempo y me auto propone nuevos
caminos a la hora de tomar alguna decisión. Así, cuando estoy creando una
historia al calor de la acción, resulta bueno confiar en el instinto, pues de
él nace la necesidad de entender lo que está pasando aquí y ahora. Observe un
animal cazador, él entiende por instinto lo que tiene que hacer para cazar su
presa, se mueve de la manera cierta, a la velocidad precisa, poniendo especial
atención al otro animal y concentrado en cada paso que da. Debemos ser como el
animal cazador. Ahora pensemos en la presa, dispuesta sin saber a ser cazada,
pero suficientemente rápida para huir si percibe el peligro de la muerte, defendiéndose
con todo para sobrevivir o entonces entregándose al hecho cuando las garras o
los dientes del otro animal ya están clavados en su cuello. Debemos ser como la
presa.
Recordar, imaginar, confiar en el instinto animal, saber
mentir, esperar y entender con todos los sentidos lo que pasa aquí y ahora, sin
pretensiones, con el cuerpo dispuesto y la mente tranquila, caminando siempre de
la mano y queriendo entrar en la imaginación ajena, eso es improvisar.