Jorge Dubatti asegura que la teatralidad está
dada por la relación convivial de cuerpos presentes, donde una parte genera un
acontecimiento poético mientras la otra parte especta. El espectador es el que
espera algo, el que observa, pero él también hace parte del acontecimiento. Mi
reflexión en relación a la hipótesis filosófica de Dubatti es que lo que
diferencia al teatro de otras manifestaciones no conviviales es justamente el
acontecimiento que nos lleva a la muerte, o sea, la gente va al teatro porque
puede presenciar el cuerpo vivo, porque a cada segundo todos los que hacemos
parte del acontecimiento estamos más cerca de la muerte. La diferencia con la
vida real es la conciencia sensible que nos genera ese acontecimiento, porque
es un lugar ficcional en el que nos permitimos morir.
La pregunta ahora es si esa relación sensible
de vida y muerte tiene el mismo sentido en un estado en el que el convivio está
mediado por la tecnología. El contacto humano cuerpo a cuerpo presente está
limitado en este momento por el virus, pero el contacto humano como sustancia
no material, llamémosla espiritual, mental, sentimental, o como queramos, sigue
presente y tal vez más que antes, porque al aminorar la presencia se valoriza
la ausencia, la falta, la necesidad, afloran los sentimientos, las ganas, el
miedo. Todo esto genera una materia residual en cada uno de nosotros, una
materia viva que surge de la relación coloquial con los otros, con la falta de
los otros y con nosotros mismos, y como es coloquial es desechada, el cerebro
la borra. Antes del virus la botábamos afuera, al mundo, casi siempre sin
darnos cuenta. El acúmulo de esos residuos suele transformarse en sentimientos,
o como diría Espinosa en potencias. Ahora la casa es el lugar primordial de
potencias, y la poca relación convivial está sujeta a un cuidado especial y a
una recusa del cuerpo ajeno, sin embargo seguimos produciendo residuos
coloquiales y es aquí donde nos tendríamos que concentrar, en ser recolectores,
porque como dice Mauricio Kartun, somos nosotros actores, dramaturgos,
artistas, los que le damos sentido trascendente a esa materia que el cerebro
borra.
En el teatro podemos ver la belleza de lo
coloquial que ignoramos en la vida, así que la invitación es para que seamos recolectores
de la materia coloquial, de todo eso que el mundo desecha: un diálogo banal
entre un cajero y un cliente en el supermercado, una reflexión de la mamá
mientras ve una novela, un diálogo gracioso de la misma novela, una
conversación de tu hermano por teléfono con una amiga, un perrito solo en la
calle que ves desde el balcón de tu casa, una hoja seca que está colgando de un
pedazo de telaraña hace más de cuatro días en la ventana de la cocina, un
potencial sentimiento que no ha tenido una válvula de escape, cualquier cosa
que sea desechada puede ser materia prima para la creación.
El alfarero es alguien que ama el barro, ama
tocarlo. El barro no es solamente la materia que se toca, es metáfora
territorial, él simboliza el territorio, sale de la tierra y se convierte en
olla, nuestro trabajo como artistas es meter las manos en el propio barro, sin
preocuparnos por el resultado, como cuando vemos una escultura, no pensamos que
el material viene del barro sucio que salió de la tierra sino que nos mezclamos
con la imagen poética, en la potencia de sentidos, en la esencia. Los residuos
son residuos hasta que alguien los descubre y los transforma en materia viva,
saquemos la esencia de materia que ya nadie quiere o a nadie le importa, como
si fuera un perfume delicioso cuya esencia viene del almizcle, sin ignorar que
el almizcle viene de la rata almizclera, porque así mismo es el arte: la
esencia de una sustancia.
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