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jueves, 20 de agosto de 2020

RESIDUOS COLOQUIALES, O CÓMO CREAR CON ESO QUE LE SOBRA AL MUNDO

 


Jorge Dubatti asegura que la teatralidad está dada por la relación convivial de cuerpos presentes, donde una parte genera un acontecimiento poético mientras la otra parte especta. El espectador es el que espera algo, el que observa, pero él también hace parte del acontecimiento. Mi reflexión en relación a la hipótesis filosófica de Dubatti es que lo que diferencia al teatro de otras manifestaciones no conviviales es justamente el acontecimiento que nos lleva a la muerte, o sea, la gente va al teatro porque puede presenciar el cuerpo vivo, porque a cada segundo todos los que hacemos parte del acontecimiento estamos más cerca de la muerte. La diferencia con la vida real es la conciencia sensible que nos genera ese acontecimiento, porque es un lugar ficcional en el que nos permitimos morir.

La pregunta ahora es si esa relación sensible de vida y muerte tiene el mismo sentido en un estado en el que el convivio está mediado por la tecnología. El contacto humano cuerpo a cuerpo presente está limitado en este momento por el virus, pero el contacto humano como sustancia no material, llamémosla espiritual, mental, sentimental, o como queramos, sigue presente y tal vez más que antes, porque al aminorar la presencia se valoriza la ausencia, la falta, la necesidad, afloran los sentimientos, las ganas, el miedo. Todo esto genera una materia residual en cada uno de nosotros, una materia viva que surge de la relación coloquial con los otros, con la falta de los otros y con nosotros mismos, y como es coloquial es desechada, el cerebro la borra. Antes del virus la botábamos afuera, al mundo, casi siempre sin darnos cuenta. El acúmulo de esos residuos suele transformarse en sentimientos, o como diría Espinosa en potencias. Ahora la casa es el lugar primordial de potencias, y la poca relación convivial está sujeta a un cuidado especial y a una recusa del cuerpo ajeno, sin embargo seguimos produciendo residuos coloquiales y es aquí donde nos tendríamos que concentrar, en ser recolectores, porque como dice Mauricio Kartun, somos nosotros actores, dramaturgos, artistas, los que le damos sentido trascendente a esa materia que el cerebro borra.

En el teatro podemos ver la belleza de lo coloquial que ignoramos en la vida, así que la invitación es para que seamos recolectores de la materia coloquial, de todo eso que el mundo desecha: un diálogo banal entre un cajero y un cliente en el supermercado, una reflexión de la mamá mientras ve una novela, un diálogo gracioso de la misma novela, una conversación de tu hermano por teléfono con una amiga, un perrito solo en la calle que ves desde el balcón de tu casa, una hoja seca que está colgando de un pedazo de telaraña hace más de cuatro días en la ventana de la cocina, un potencial sentimiento que no ha tenido una válvula de escape, cualquier cosa que sea desechada puede ser materia prima para la creación.

El alfarero es alguien que ama el barro, ama tocarlo. El barro no es solamente la materia que se toca, es metáfora territorial, él simboliza el territorio, sale de la tierra y se convierte en olla, nuestro trabajo como artistas es meter las manos en el propio barro, sin preocuparnos por el resultado, como cuando vemos una escultura, no pensamos que el material viene del barro sucio que salió de la tierra sino que nos mezclamos con la imagen poética, en la potencia de sentidos, en la esencia. Los residuos son residuos hasta que alguien los descubre y los transforma en materia viva, saquemos la esencia de materia que ya nadie quiere o a nadie le importa, como si fuera un perfume delicioso cuya esencia viene del almizcle, sin ignorar que el almizcle viene de la rata almizclera, porque así mismo es el arte: la esencia de una sustancia.

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